Editorial domingo, 08 de noviembre de 2015
Con la extraordinaria cantidad de profesionales egresados de las universidades y centros tecnológicos, es grande la cantera de jóvenes que hay en el país en condiciones de ser propulsores de cambios a todos los niveles.
Sin embargo, la realidad es que hasta ahora su acceso a las estructuras y puestos de mando o control donde se deciden las políticas y las acciones del desarrollo sigue siendo restringido.
Se aprecia, inclusive, en las ofertas de nuevas candidaturas de los partidos políticos para las próximas elecciones, en las que todavía predominan figuras que por razones etarias y conveniencias internas del liderazgo tradicional limitan el ascenso de los más jóvenes, no por ello menos aptos para abordar los retos de una sociedad que busca otros cursos para avanzar.
Esto profundiza la incapacidad del sistema de partidos para auto-renovarse y ofrecer alternativas nuevas, en términos de visión y compromiso, frente a la variedad de retos que tenemos por delante.
Los organismos partidarios, especialmente los que bregan con sectores profesionales, deberían nutrirse de jóvenes que han sido y están siendo formados para la modernidad, sin que eso implique desdén hacia las contribuciones que, por su experiencia, puedan hacer como consejeros aquellos que ya agotaron un tiempo largo de trabajo en esas estructuras.
Las antorchas del relevo deben cambiarse con más prontitud al interior de estas organizaciones, como sucede en toda entidad que tenga vocación hacia el cambio y la sostenibilidad de sus quehaceres tradicionales.
Un liderazgo esclerotizado difícilmente sea garantía de cambios, cualquiera que sea la institución que se vea afectada y lastrada por él, porque se torna incapaz de superar los círculos viciosos que traban su renovación y su incidencia en las transformaciones que demandan los nuevos tiempos.
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