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OPINION: El salto al vacío

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¿Cuál era la situación del sistema de salud de la República Dominicana antes de la tragedia del coronavirus?
La mayoría de los hospitales se hallaban colapsados. Se intervinieron, al mismo tiempo 56 grandes hospitales.  Al sacar del sistema esas grandes unidades los cuidados de salud de los dominicanos se hallaban aplazados. La gente no podía acceder a los servicios. Entre otras razones, porque, los grandes hospitales del servicio subsidiado de salud se hallaban rebosados de haitianos.
De esa triste realidad atestigua el Cabral y Báez de Santiago. En un video que se volvió viral en las redes, una doctora de un  dispensario de Salud Publica, mostró que de las 10 camas de las unidades de cuidados intensivos, 8 se hallaban ocupadas por haitianos. Nadie ignora, ni siquiera el Presidente Medina, que en las maternidades, muchas veces las embarazadas dominicanas deben dar a luz en los pasillos, en el suelo o en el transporte, porque la mayoría de las camas y los servicios se hallan plenamente acaparadas por haitianas. Los ministros de salud habían reconocido, urbi et orbi, que más del 30% de los gastos en salud del país estaban siendo devorados por esta  inmigración sanitaria.
En esa realidad rotundamente inaceptable estaban viviendo los dominicanos, cuando el 1 de marzo, se nos presentó el primer caso del coronavirus,  cuyo primer paciente—un turista italiano—todavía no se ha curado.
Inexplicablemente, en las primeras declaraciones el Ministro de Salud,  que junto al Ministro de la Presidencia  lleva el comando de todas las operaciones, insistía en echarle la culpa a un crucero de médicos dominicanos que se daba un garbeo por las islas del Caribe y a los que habían asistido a una flamante boda en Punta Cana. Ambos, víctimas de la desinformación de la prensa y del Gobierno, que proclamaban que aquí no había virus, que eran casos importados.  Sin duda, se perdió tiempo. Los funcionarios se dedicaron a marear la perdiz.
Ante la gigantesca propagación del virus y la comprobación de su carácter letal,  el Gobierno, a la desesperada, decidió una cuarentena; centró todos los tratamientos médicos en las emergencias de los hospitales. Paralizó el país. Tras la primera cuarentena, aun no sabemos las proporciones del mal que estamos enfrentando, porque se han hecho muy pocos test y tenemos muy poca información.
¿Qué debió hacer el Gobierno?
Probablemente hubiera sido de mayor provecho imaginar la solución que puso en práctica el Presidente de El Salvador, Bukele, quien  empleó los grandes estadios de su país para hacer hospitales modulares, dirigidos por infectólogos y evitar que todo el sistema de salud del país quedará secuestrado por una muchedumbre de enfermos, que ha privado a todos los demás pacientes  de los servicios de salud. En la actualidad, no hay consultas para los enfermos crónicos: la diálisis de los diabéticos, las revisiones de los pacientes cardíacos, accidentados y toda una balumba de patologías quedan, de hecho, suspendidas. Prácticamente los centros de salud están circunscritos a las emergencias, generadas por unos enfermos para los cuales no se hallan capacitados ni debidamente equipados.
La primera medida debió ser aislar la enfermedad del coronavirus del sistema sanitario para evitar el contagio del personal médico, para que  las emergencias de los hospitales y de los dispensarios médicos no sean lugares de propagación de la enfermedad. El país cuenta con grandes infraestructuras de multiusos en todos los municipios, estadios deportivos, hospitales sin inaugurar, edificios de apartamentos vacíos y espacios aislados donde debió concentrarse la enfermedad, en lugar de agrupar a los enfermos en las urgencias de los hospitales. En cualquier lugar pueden construirse estos módulos provisionales.  Por ejemplo: los enfermos de Sabana Perdida cuentan con un multiuso, donde pueden perfectamente, construirse módulos provisionales; los de Villa Juana, tendrían el Club Mauricio Báez. En todo caso, el estadio Quisqueya podría constituirse en una unidad provisional de mando, instalando allí un hospital militar, con tiendas de campaña.
Dos objetivos tenía la cuarentena: 1. Romper la propagación del virus, cosa que se ha logrado muy precariamente por falta de educación y por saltarse las normas; 2. Inventariar a los infectados.  Pero, ¿en verdad  se está contabilizando a los enfermos? ¿Cuántos test se están realizando cada día?.  Se sabe que la cantidad de fallecidos, 82 al día de hoy, está muy por debajo de la realidad. Porque hay muchos fallecidos a los que no se le ha hecho la detección, y se hallan fuera de esa contabilidad. Porque hay otros que han muerto, sin pisar ningún centro de salud, y porque la proporción de curados es irrisoria. De 1745 infectados, sólo 17 han sido dados de alta por el sistema de salud. La cifra no crece.  La diferencia entre la proporción de muertos, con aquellos que han sido arrancados a las garras de la muerte, muestra la enorme debilidad del sistema sanitario. Un porcentaje absolutamente minúsculo.
En segundo lugar, debió ponerse en práctica la producción masiva en las zonas francas y en los talleres particulares de las mascarillas y de los guantes, los trajes con pantalla de plexiglás para los que están en la vanguardia del monstruo. Todo ello  acompañado de una campaña educativa permanente, abandonando definitivamente la propaganda política. El objetivo de la profilaxis es romper la cadena de contagios. El virus sólo se transmite mediante las partículas de las mucosas y el contacto con superficies, donde se asiente la saliva invisible del enfermo. Si se observa escrupulosamente, el hábito de lavarse las manos con jabón, cubrirse la nariz y las manos al tocar superficie donde hayan podido asentarse los invisibles esputos del virus, la propagación lograría detenerse. Así se ha hecho en Suecia, sin necesidad de cuarentena. Y así habrá que hacerlo aquí si queremos sobrevivir, cuando volvamos a las calles.
En tercer lugar, llevar a los grandes laboratorios autorizados mediante la experticia de las juntas de vecinos de las ciudades y de las brigadas sanitarias la captura de la información para las pruebas. El Estado ha desmovilizado a cientos de miles de asalariados. Una porción considerable de todo este personal podría utilizarse como apoyo de los centros de acopio de enfermos: choferes, personal de limpieza,  comedores económicos. Necesariamente, el tiempo de la cuarentena debería servir para empadronar a la mayor cantidad de personas que presenten síntomas. Se podría realizar directamente con una proporción de los asalariados del Estado, debidamente uniformados, haciendo las preguntas sobre los síntomas. O bien, por vía de los celulares inteligentes, abriendo un registro en el 911. No sería justo que después de un mes de reclusión doméstica no tengamos esa información de la que depende todo el combate a la enfermedad.
En cuarto lugar,  deben ponerse a disposición del sistema sanitario, los medicamentos con que se cuenta para combatir a la enfermedad. Al parecer, por el momento, se está empleando la hidroxicloroquina. Se trata de un medicamento que lleva más de medio siglo de uso  y que incluso puede fabricarse en los laboratorios del país. Se emplea en Francia, en China y en Estados Unidos. Pero, además, hay que dotar de trajes protectores, calzados resistentes y guantes, al personal que se halla expuesto constantemente a la enfermedad. Los trajes protectores, con pantalla de plexiglás para proteger los ojos, también pueden fabricarse en la zona franca del país, con arreglo a los estándares internacionales.
En quinto lugar, mantenerse en contacto con aquellas naciones que han enfrentado con éxito los grandes problemas generados por la pandemia, particularmente, Corea del Sur, que ha logrado  conjurarla; Francia, que ha fabricado un test de detección rápida que tendría gran utilidad, especialmente , después del confinamiento para manejar la tragedia. Porque la enfermedad no va a desaparecer de la vida nacional después de la cuarentena. Es muy  probable que, tras el declive de esta primera etapa, se produzca una segunda ola.
En sexto lugar, mantener a nuestros grandes hospitales de punta  Cedimat y Cecanot, y a los especialistas de infectología del país y las Universidades,  en contacto con los hallazgos y las operaciones terapéuticas empleadas en otras latitudes. Crear con estos actores, el Comité Científico para combatir a la enfermedad. De modo que  estos puedan elaborar los protocolos para salvar vidas, en las distintas fases del flagelo.
Según las proyecciones de los infectólogos, el 30% de la humanidad quedará infectada por el coronavirus. De estos cálculos se desprende, que podríamos alcanzar 3 millones y medio de infectados. De esos,  sólo el 10% tendrá los síntomas de la enfermedad. Vale decir: unas 350 mil personas. De ese porcentaje, podrían hacer gravedad e incluso fallecer, el 40%. Las cifras letales podrían rondar las 140 mil muertes. El resto podrá sobrevivir. Pero nadie ha comprobado que aquellos que ya la tienen, y no la han desarrollado, se hallen, definitivamente, librados de los desgarramientos del virus. Ni tampoco se ha verificado que aquellos que ya tuvieron la enfermedad y lograron superarla, no sean susceptibles de volver a caer en el atolladero. Entonces hay que prepararse para afrontar las circunstancias que vendrían después del encierro. Porque seguirán produciéndose los contagios. Porque seguirán muriendo muchos enfermos, cuando la enfermedad haya decaído en intensidad.  Y, además, porque tras las oleadas de calor del verano, y la llegada del otoño, la enfermedad puede volver. Esta vez montada en el caballo de las devastadoras gripes rompehuesos de septiembre y octubre.
El trágico espectáculo de camiones con grandes contenedores, cargados de cadáveres, rumbo a los hornos crematorios, que estamos viendo en Italia, en España, en Ecuador e incluso en Estados Unidos, podríamos tenerlo aquí. En general, los gobiernos pretenden esconder su incompetencia mediante intervenciones de comunicadores, expertos en mentiras, en inventar escenarios y fabricar ilusiones, desconectados de la realidad. Mintió China sobre la cifra de muertos. Miente Ecuador, donde las estadísticas oficiales dicen una cosa, y la desgracia revela otra. Miente el gobierno haitiano, el país con el peor sistema sanitario de América tiene oficialmente un muerto del Covid 19. Pero las montañas de muertos  abandonados en las casas, reventando las cunetas, sepulta todas las mentiras.
La única realidad es la muerte masiva, que se vislumbra en el cálculo de la expansión del virus. Ante esa circunstancia, es menester organizar a la sociedad para librar esta batalla.
1) desbloqueando los hospitales, paralizados por las medidas que limitan la libertad y los movimientos del personal sanitario. El Gobierno tiene que descongestionar las emergencias de los hospitales. Porque la enfermedad no será cosa de dos semanas.  Mantener el esquema actual constituye para muchos de los enfermos que utilizan estas instalaciones una sentencia de muerte.
2) Emprender una campaña de publicidad y de educación que elimine los casos de propagación: partiendo de que el centro de la protección está en las personas;
3). Involucrar a todos los empleados del Estado y del sector privado en el levantamiento de los datos necesarios, para tener un inventario lo más exacto posible de las proporciones del mal. Si logramos involucrar a todos en la solución de la tragedia, podremos sacar lo mejor del dominicano. Bernard Rieux, el médico que enfrenta La Peste en la novela de Albert Camus, tras haber combatido en los campos de muerte de Orán, nos dice que hay en los hombres más cosas dignas de admiración, que cosas dignas de desprecio.
El otro monstruo de la catástrofe que enfrentamos, será la situación económica. La más grande crisis sanitaria desde hace un siglo, la última fue en 1918, acompañada del completo derrumbe de la economía. Las dos locomotoras de la economía nacional y del ingreso de divisas han desaparecido abruptamente. 1) las remesas de los dominicanos en el exterior que alcanzaron, según el estudio de la CEPAL del 2019, 6 mil 421 millones de dólares y 2) los ingresos del turismo que representaron un poco más de 7 mil millones de dólares se han volatilizado. El 2020 no sólo será un año de un cambio de mandos, con la desaparición de más de 10 millones de empleos en EE UU, y por descontado, con el desplome del empleo en España y en Italia, destinos de la emigración dominicana. Por lo tanto,  se producira una reducción de las remesas que recibe el país probablemente mayor del 50% o 60%. Es también el año del desplome del turismo por un tiempo indefinido, y el año en que más de 500 mil dominicanos se han quedado sin trabajo. La economía dominicana ha quedado de rodillas.
Ante la calamidad, todos los países han restablecido sus fronteras. Queda fehacientemente demostrado que la felicidad no nos llegará de afuera. Que la mentalidad de asistidos sociales que han engendrado las ONG sirven de muy poco, en las actuales circunstancias. Enfrentamos lo desconocido. Muchas ilusiones se han vuelto cenizas. La parálisis de la economía de los servicios: restaurantes, tiendas, industrias textiles, hoteles, aeropuertos, de los empleos, llevará a las ruinas a muchas empresas, producirá muchos suicidios, desplomará fortunas enteras, destruirá muchos modos de vida, dejará a mucha gente en bancarrota y traerá una caída del consumo sin precedentes.
¿Cuáles serán las perspectivas que deberá afrontar el nuevo Gobierno en el mes de septiembre? ¿Qué debemos imaginar? 
Centrar la acción del Gobierno en el desempeño de la agricultura, en su productividad y particularmente, en la recuperación de los yacimientos de empleos. En la actualidad, los únicos que tienen derecho a trabajar en ese sector son los haitianos. En algunos casos, constituyen más del 80% de la fuerza laboral. Necesitamos cumplir y hacer cumplir, a pie juntillas,  nuestras leyes laborales. Es claro, que el sector primario, representado por la agricultura, que sostiene nuestra seguridad alimentaria, debe salvaguardarse, y los dominicanos tienen necesariamente que tener la prioridad en los yacimientos de empleos que genera la agricultura.
Gobierno ha establecido un anticipo de 1,5% a las industrias y a las empresas, y lo propio acaece con las pymes y mipymes. Ya no es posible mantener las exigencias impositivas anteriores que de cumplirse arrasarían a las empresas, y se alejaría la recuperación de la economía nacional. La carga será demasiado pesada. Es necesario, que, en este año de crecimiento cero, el Gobierno reformule el presupuesto.
El shock económico necesita que el Estado asuma el liderazgo de la economía. Tendremos que estimular el turismo interno, la mayor plataforma hotelera del Caribe, unas 80 mil habitaciones necesita  unos mínimos de ocupación para sobrevivir. Desde luego, resulta indispensable que la lección que nos deja esta inmensa ruina sea aprendida plenamente. En el porvenir , no es posible que los cuatro enclaves turísticos del país,  se hallen acaparados por la población haitiana, cuyo perfil sanitario, el que publican los propios informes de la OMS podrían llevarnos de nuevo a la destrucción de tanto progreso.
Hemos ido en caída libre a la destrucción del modelo en el que hemos vivido. Pero si actuamos con patriotismo, pensando  en devolverle la confianza al país, esta travesía del desierto, podría servir para recuperar plenamente los hospitales, devolverles esos servicios a los miles de dominicanos que tienen que madrugar para lograr unas consultas y hacer toda clases de malabares para obtener una cama en un hospital. El Ministerio de Trabajo tiene que empeñarse a fondo para que se cumpla la ley y que el dominicano recupere los empleos que vaya creando la economía, particularmente, en el sector primario y secundario, porque  los empleos en los servicios (hoteles, playas, restaurantes) tendrán una lenta recuperación. De ello depende la paz social y el control de la delincuencia y la seguridad. Si se pierde esa paz, no habrá inversiones ni habrá confianza ni, desde luego, habrá recuperación. En muy pocos meses, vamos a echar de menos la vida que hemos llevado en los últimos cuatro años. Pero en las grandes catástrofes se forjan los grandes liderazgos.an los grandes liderazgos.

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