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Mi última terapia

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Al asistir a mi primera terapia, me embargaba la ansiedad, un poco de angustia y la curiosidad por saber cuál sería la rutina a la que me debía someter en los próximos dos meses para completar las 40 sesiones de radioterapia, parte del tratamiento básico en la lucha por superar el quebranto ya diagnosticado.

Al encontrarme con otros pacientes que estaban en situaciones parecidas a la mía, pero con diferentes estados de ánimo y percepciones de su situación, me propuse que no importara cuáles fueran mis emociones; llegaría con buena cara y palabras de aliento y motivación para ayudar a mis compañeros de travesía.

«Confiad en vuestro médico, alimentaos bien y procurad las oraciones de vuestros familiares y amigos, porque Dios tiene la última palabra», eran las palabras más comunes en mis conversaciones.

Hoy, al concluir las 40 sesiones, siento que los efectos secundarios de controlar mis emociones me afectaron más, ya que un ángel se encargó de mi alimentación adecuada y los efectos físicos fueron realmente manejables.

Dos cosas me motivaron a tratar de ayudar a los demás pacientes. Primero, un estudio de la Universidad de Harvard que determinó que cualquier acción humanitaria y solidaria proporciona más felicidad que las posesiones materiales. Segundo, don Kaquen Jiménez aconsejó a sus hijos en mi presencia que debían ser íntegros, moderados y tolerantes para que la vida fuera más llevadera.

Años después, recordé ese momento cuando algo o alguien me hizo ver que el bambú es difícil de ser arrancado por una tormenta porque tiene la moderación de sembrar profundas raíces antes de exhibir su hermoso tallo, fortaleciéndolo. Ya adulto, ante la embestida de los vientos, tiene la tolerancia para doblarse un tiempo y regresar más erecto. Le agregamos la nobleza que debe orientar a los humanos para tener la integridad de pensar en los demás, aunque sea a costa propia.

Agradezco al doctor Caraballo por su tacto en el proceso de identificar el diagnóstico y a la doctora Malmolejos por ser amena dentro de la profesionalidad adecuada en el transcurso del proceso, así como a todos los que estuvieron presentes físicamente y en sus oraciones.

Entre muchos, el aprendizaje más importante es que debemos cultivar nuestro espíritu para cuando llegue el momento de confundirnos con el alma colectiva (Dios), no importa la forma en que cada quien lo llame; el universo será mejor.

PD: Pronto me tenderé sobre la tierra, lejos de las luces de la ciudad, para comprobar que el cielo está lleno de estrellas y, con el amor necesario, no veremos la oscuridad.

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