El llanto de Liliana Olivero, madre de Gustavo Alfonso García Olivares, resonó en el aire, mientras observaba, a través de un teléfono móvil desde Venezuela, el entierro de su hijo en el cementerio del condado Maverick, en Eagle Pass, Texas. Gustavo, de 24 años, murió ahogado en el río Bravo, cerca de la frontera entre Estados Unidos y México, en una tragedia más en una ruta migratoria marcada por la desesperación.
El entierro, realizado el jueves, fue el primero de un inmigrante organizado por Border Vigil, una organización de derechos humanos que trabaja en la frontera más letal del mundo. Solo unas diez personas asistieron al servicio, el cual fue transmitido en vivo para que los padres de Gustavo pudieran despedirse. "Hoy estamos tratando de recuperar algo de humanidad, no solo dando su nombre, sino también teniendo su foto y a su familia en el servicio", expresó Amerika García Grewal, de Border Vigil.
El joven migrante había sido filmado poco antes de su muerte, en un video compartido por un amigo, en el que se le veía viajando a gran velocidad en un tren rumbo a la frontera norte de México. En su última conversación, Gustavo le prometió a su padre que iba a lograr mejorar la vida de su familia, comprando una casa para su madre y ayudando a su padre con su negocio.
A pesar de las advertencias de su familia, Gustavo decidió dejar atrás su vida en Venezuela en busca de una vida mejor en Estados Unidos, siguiendo el sueño de muchos migrantes que arriesgan todo para escapar de la pobreza y la violencia. Su madre no pudo despedirse de él antes de su trágico destino. La familia de García Olivares, a pesar del dolor, no pudo cumplir su deseo de repatriar el cuerpo debido al alto costo del traslado, por lo que se optó por enterrarlo en tierras estadounidenses.
El entierro se produjo en medio de un conflicto político sobre la gestión de la frontera entre Estados Unidos y México, con el vicepresidente JD Vance y el secretario de Defensa Pete Hegseth visitando Eagle Pass al día siguiente. El número de migrantes muertos en la frontera sigue aumentando, con más de 6,400 personas contabilizadas por la Organización Internacional para las Migraciones desde 2014. A pesar de los esfuerzos por identificar y dar sepultura a los migrantes, la tragedia sigue siendo una constante en esta zona marcada por la desigualdad y la desesperación.
El ataúd de Gustavo fue hecho a mano por un voluntario de la iglesia local, y la ceremonia, aunque llena de tristeza, también brindó una oportunidad para recordar al joven que, con valentía y ambición, decidió perseguir un sueño en tierras ajenas, enfrentando la peligrosa travesía de la migración.
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